España, segunda mitad de la década de los 70. Nuestro país vive una transición hacia la democracia y con ella, un despertar de derechos y libertades después de 40 años de dictadura. Los españoles comienzan a descubrir el ocio, la expresión artística y cultural. Nace ‘la Movida’. Movimientos contraculturales que surgen en las grandes ciudades y donde los jóvenes son protagonistas. En definitiva, una explosión de sexo, drogas y rock and roll.
La cara B de la Movida
En el margen de una Europa a la vanguardia, la democracia trajo consigo la entrada masiva de droga dentro de nuestro país. En una España preocupada por el terrorismo, el consumo de heroína se coló en nuestra sociedad como un fantasma. La epidemia del sida fue de la mano con la jeringuilla, y la enfermedad y la droga se convirtieron en un problema de salud pública hasta finales de los 90.
A todo este panorama desapacible, hay que añadir la delincuencia juvenil. Chavales que viven en suburbios en situaciones de exclusión social y que se dedican a robar para conseguir dinero. Y no precisamente para comprar libros. Lo mejorcito de cada casa, vamos.
Este es el caldo de cultivo del género quinqui. Un cine que surgió a mediados de los 70 y duró hasta mediados de los 90. Un cine algo denostado en sus comienzos pero muy querido por el público, que cultivó muchos éxitos en taquilla y que dio luz a fugaces estrellas de nuestra gran pantalla.
Los más quinquis: El Vaquilla y el Torete
Drogas y sexo explícito, canciones de Los Chunguitos y Los Chichos, robos de vehículos, persecuciones policiacas, polígonos del extrarradio, y delincuentes convertidos en actores que protagonizan sus propias peripecias ‘entre chute y chute’. Estos son los ingredientes del cine quinqui, un género que más allá de clichés y estereotipos, consiguió retratar una parte oscura de nuestra sociedad, llegando incluso a suponer una crítica contra muchos estamentos sociales, como los políticos o las fuerzas de seguridad.
Uno de los grandes nombre del género es Juan José Moreno Cuenca, alias ‘El Vaquilla’. Fue un delincuente natural de Barcelona que alcanzó la fama por su amplia carrera delictiva. Robó su primer coche a los 9 años, y atropelló mortalmente a una mujer a los 12. Heroinómano y enfermo de sida, protagonizó un motín en la Cárcel Modelo de Barcelona.
Su vida inspiró gran parte de la trama de una de las películas que marcó los cánones del quinquismo. Esta fue ‘Perros callejeros’ (1977), uno de los primeros éxitos del género. Fue dirigida por José Antonio de la Loma, considerado por muchos el padre del cine quinqui. Ángel Fernández Franco, alias ‘El Torete’, fue otro delincuente que protagonizó esta película interpretando al personaje inspirado en ‘El Vaquilla’, que en aquel momento estaba en la cárcel.
Ambientada en las afueras de Barcelona cuenta cómo el protagonista y su pandilla sobreviven como pueden a base de tirones, pequeños hurtos y robando coches. Hubo cuatro secuelas. Una de ellas, ‘Perras callejeras’ (1981) tuvo un elenco formado solo por mujeres.
Años más tarde, después de salir de prisión, ‘El Vaquilla’ consiguió contar su propia historia e inspiró una película completa de este director: ‘Yo, el Vaquilla’ (1985). Una narración biográfica de la vida del delincuente, en la que aunque el actor no se interpretó a sí mismo, si consiguió un pequeño papel en el film.
El dios del cine quinqui
No podemos hablar de cine quinqui sin hablar de Eloy de la Iglesia. El realizador vasco fue, junto con De la Loma, uno de los mayores exponentes de este género. Quizás De la Iglesia consiguió llevarlo mucho más allá gracias a los festivales internacionales en los que participaron sus películas. También consiguió desprenderse de la acción y las persecuciones policiales, y pasar a contar historias de denuncia política, mucho más cercanas al cine social. Consiguió retratar perfectamente la realidad de la heroína, el desempleo y la delincuencia.
José Joaquín Sánchez Frutos, alias ‘El Jaro’, fue el delincuente que inspiró el primer éxito de cine quinqui de Eloy de la Iglesia: ‘Navajeros’ (1980). Su personaje lo interpreta Jose Luis Manzano, un chaval que el director descubrió por la calle. Un chico rubio de cara angelical nacido dentro del lumpen madrileño, que a partir de ese momento se convertiría en su actor fetiche, llegando incluso a mantener con él una relación sentimental.
Dos años más tarde, el mismo actor protagonizará ‘Colegas’ (1982) junto a los hermanos Rosario y Antonio Flores, dos de los hijos de Lola Flores. Como ya sucedía en su película anterior, nos encontramos con un jovencísimo Enrique San Francisco como un interesante actor secundario.
Quizás el cenit del cine quinqui y el de la filmografía de Eloy de la Iglesia sean el mismo. Con ‘El pico’(1983) y ‘El pico II’ (1984) el realizador guipuzcoano dio un paso más. Diseccionó brutalmente la cruda realidad de la heroína en nuestro país e introdujo un análisis de la complicada situación política. Eloy regaló a Jose Luis Manzano el personaje que le acompañaría para siempre: Paco, el hijo de un guardia civil que se engancha al caballo junto a su amigo Urko, hijo de un líder de la izquierda abertzale.
Hubo otros directores que también nos dejaron grandes títulos del cine quinqui. Pedro Almodóvar con ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto!’ (1984), Montxo Armendáriz con ’27 horas’ (1986) protagonizada por una irreconocible Maribel Verdú o ‘El Lute: Camina o revienta’ (1987) de Vicente Aranda, son algunos ejemplos.
Fugaz pero intenso
Los años noventa trajeron cierta estabilidad. El paro juvenil y la delincuencia comenzaban a reducirse poco a poco. La democracia limó algunas desigualdades gracias a mejoras en la educación y los servicios sociales. Sin embargo, los estragos de las drogas continuaron hasta bien entrado el milenio. Muchos de los protagonistas de estas películas murieron a causa del sida, otros de ellos por sobredosis, algunos de ellos en la cárcel.
El propio Eloy de la Iglesia, quién también tuvo problemas con las drogas, pasó sus últimos años alejado del cine. Se había convertido en alguien incómodo, dentro y fuera de la cultura al retratar todo ese tipo de realidades. Al cine quinqui le pasó un poco igual. La marginalidad marginada. Esa poética tuvo éxito en taquilla por la acción, la novedad y por el morbo.
Pero el reconocimiento no llegó hasta la primera década del nuevo siglo, cuando la cultura pop empezó a distinguir y estudiar un cine único, fotografía del panorama de una España no muy lejana. Un cine que ya es icono.
El cine neoquinqui
Con la llegada del nuevo milenio, dramas de barrio como ‘7 vírgenes’ (Alberto Rodríguez, 2005) o intentos de reflotar viejas leyendas como ‘Volando voy’ (Miguel Albaladejo, 2006) mantuvieron viva la mecha que llegó intacta hasta la satírica ‘El mundo es nuestro’ (Alfonso Sánchez, 2012), el pase de relevo entre quinquis y canis.
En 2016, Carlos Salado recuperó la faceta más dramática y dura de aquellos desesperados relatos de los 70 y 80 en ‘Criando ratas’, una joya que es posible ver en Youtube.
No podemos hablar de nueva ola de cine quinqui, sin hablar de nuestros amigos Israel González y el DoP Kike de la Fuente, que eligieron nuestros equipos para rodar ‘La vida que no es nuestra’ (2021), la última película de este género que se ha hecho en nuestro país. Una historia de amores y desamores. Amistad y traición. Perdones y rencores. Historias de la calle donde cada acto tiene su repercusión.
La duda ahora es si esta propuesta que raya en el hiperrealismo continuará siendo una alternativa para contar historias o formará parte del universo cinematográfico como un subgénero menor o casi inexistente, ¿quién lo sabe? habrá que dar tiempo al tiempo
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