Corría el año 1846 cuando en una pequeña ciudad de la Alemania Central llamada Jena, un joven fabricante de instrumentos ópticos recibía el permiso para la apertura de un taller mecánico donde poder trabajar en sus proyectos. Esto solo sería el preludio del largo recorrido histórico que han experimentado las lentes cinematográficas hasta poder hablar hoy de términos tan específicos como la inconsciencia óptica.
No fue hasta el año 47 cuando el ilustrado Carl Zeiss comenzó su ensayo y error con los microscopios, probando distintas lentes hasta conseguir el resultado deseado. Pero la verdadera obsesión de su carrera fue desarrollar una base teórica para la fabricación de estos microscopios. Una inquietud que años más tarde se vio solventada en parte, gracias a la colaboración del físico Ernst Abbe, que por aquel entonces era profesor en la Universidad de Jena, Alemania.
Juntos sentaron las bases de la óptica moderna y comenzaron a construir microscopios con la máxima resolución físicamente alcanzable (gracias a los hallazgos de Abbe). Y así fue como en el año 76, Ernst Abbe se convirtió en el socio de Zeiss y la empresa comenzó a crecer exponencialmente. Esta hermandad, dio como resultado la producción de las lentes cinematográficas como los conocemos hoy, además de dar pie a otros muchos para crear sus propios diseños ópticos con un objetivo muy claro: reproducir la imagen fielmente tal y como la percibe el ojo humano.
Aquí, comienza a surgir una necesidad creativa de plasmar cómo nos sentimos con respecto a una imagen. De hecho, gracias a la cinematografía digital, este sentimiento pasó a un primer plano. Los nuevos sensores digitales podían fabricar una fiel reproducción, obteniendo una imagen nítida y definida, pero con un inconveniente: la visión era menos romántica (como emulaban las lentes del pasado).
NOSTALGIA POR LO VINTAGE
Es probable que la idea de emplear objetivos vintage en nuestras cámaras digitales en pleno siglo XXI a más de uno le suene extraño. Pero la realidad que se esconde detrás de esa nostalgia es que éstas ópticas también poseen muchas ventajas.
Las lentes cinematográficas antiguas son mucho más robustas, con materiales metálicos duraderos y un buen acabado. Además, una de las razones que ha hecho renacer muchos antiguos objetivos, es la aparición de las cámaras sin espejo, unos modelos de los tiempos de la película de celuloide donde las ópticas vintage brillaban con luz propia. Este tipo de cámaras tienen una distancia focal de brida muy reducida por lo que se pueden utilizar diferentes lentes analógicas gracias a los adaptadores.
Pero la verdadera razón no es otra que esa nostalgia por lo vintage y la necesidad de crear un determinado look o estilo visual en una producción. Rodar con este tipo de lentes implica que nuestra imagen final va a presentar más grano y menos píxeles. Y aunque a priori suene a que el producto final va a tener una peor calidad, lo cierto es que es por una cuestión romántica. ¿Por qué continuamos escuchando en pleno siglo XXI discos de vinilo si tenemos reproductores con mejor calidad? En el caso de la fotografía o el vídeo es lo mismo.
Con ellas se puede obtener un aspecto único, ya sea porque esté rayado, cubierto de polvo o por los distintos tipos de vidrio y métodos de fabricación. Aunque lo mejor de este tipo de lentes viejas es que te permiten recordar por qué te enamoraste de la fotografía por primera vez.
UN PASEO POR LA HISTORIA
Año 700 a.C. Nacen las primeras lentes, aunque algo toscas. Estas, poco a poco, se fueron puliendo y transformando en cristales, a menudo cuarzo, en un intento de calcar las características ópticas del agua. Estos primeros pasos fueron los que motivaron e impulsaron a físicos, matemáticos e inventores, a llevar a cabo distintos experimentos que compondrían la base de la óptica clásica.
Seguro que os suenan los nombres de René Descartes, Christiaan Huygens, Isaac Newton o Robert Hooke. Todos ellos fueron determinantes a la hora de construir la historia sobre las lentes. Pero si hablamos de logros… Concretamente, el libro Opticks de Isaac Newton fue considerado el mayor de todos dentro del campo de la investigación de la luz cuando se publicó, en el año 1704.
Situándonos ya a finales del siglo XIX y gracias a la rápida expansión de la industrialización, los diseños de las lentes cinematográficas progresaron con un rendimiento sin precedentes. Fue entonces cuando nace una idea muy interesante de la mano del filósofo, crítico cultural y ensayista alemán, Walter Benjamin. Una idea, que posteriormente irán acuñando diferentes filósofos, historiadores del arte y escritores.
El PAPEL DE WOOLF
Él era un hombre muy influenciado por el surrealismo. Uno de sus dogmas fue que «la tecnología mejorada puede expandir nuestra percepción sensorial y hacer visible el inconsciente», una idea que inspiró a la escritora británica Virginia Woolf para acuñar el término “inconsciencia óptica”. Esta teoría describe la capacidad ampliada de percepción que introdujeron en su día las cámaras fotográficas y de vídeo. Estos avances tecnológicos nos han permitido ver lo que antes nos era imposible de manera consciente. Estos aparatos, por tanto, han cambiado nuestra forma de percibir la realidad. Se hace visible lo no visible y lo no visto se integra al imaginario.
«Permítanos entonces, a modo de un comienzo muy elemental, poner ante usted una fotografía, una fotografía toscamente coloreada de su mundo tal como se nos aparece a nosotros que lo vemos desde el umbral de la casa privada; a través del velo que San Pablo todavía pone ante nuestros ojos, desde el puente que conecta la casa privada con el mundo de la vida pública».
VIRGINIA WOOLF, THREE GUINEAS.
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