Curioso tema el del tiempo y el cine. Posiblemente lo hayas pensado en alguna ocasión. Y no sólo por lo importante del primero en la estructura narrativa, y en la trama, del segundo. Sino por lo abstracto y confuso de su definición y, sobre todo, por su poderosa capacidad para manipular una historia. Quizá sea cierto, desde el punto de vista más riguroso, aquella similitud que
Andréi Tarkovski hacía cuando habló de la capacidad de un autor cinematográfico para esculpir el tiempo. Teorizando sobre el concepto del tiempo fílmico, a sabiendas de su casi poder divino con la edición posterior y las variaciones y progresiones de ritmo.
Podría ser ésta una introducción perfecta para hablar del concepto de tiempo y su, más que evidente, dimensión filosófica. Sin embargo preferimos seguir una línea puramente educativa tratando de aclarar términos que eviten confundir el tiempo cinematográfico con efectos visuales como el slow-motion.
Real vs Fílmico
Porque una cosa es el tiempo real o literal, donde éste dura lo que dura: diez segundos, tres minutos o una hora. Y otra, bien distinta, es el cinematográfico o fílmico que podemos acelerar, ralentizar, condensar. Ese que nos permite viajar al pasado o aventurarnos en el futuro. Sin olvidar que en una película (donde casi todo vale) pueden mezclarse ambos, ser los mismos. Como sucede en «Cleo de 5 a 7» (1962) de Agnès Varda y su acción desarrollada en tiempo real. O el ejemplo de «La soga» (1948) donde Hitchcock (más allá, por supuesto, de su famoso plano secuencia) se las ingenió de manera perfecta. Superando así todas las limitaciones técnicas de finales de los 40, para rodar un hito casi perfecto del cine en tiempo real. Es entonces cuando hablamos de adecuación. O distensión, cuando manipulamos el tiempo con una finalidad narrativa, pero… ¡Stop, stop! que no pretendemos confundir al personal, vamos por partes.
Vaya por delante que lo realmente importante es generar sensación de continuidad. Tratar de que el público entienda la forma en la que transcurre el tiempo. Será por eso que, en esto de contar historias con imágenes, existen tres tipos de estructuras principales o tiempos. En primer lugar la
estructura (tiempo) circular, aquella en la que la película empieza y acaba en la misma escena. Similar es el
tiempo cíclico. La diferencia es que ése inicio y ése final son parecidos pero no iguales.
«La ventana indiscreta» (1954) de Hitchcock es un buen ejemplo. Por último, el
tiempo lineal, el cronológico. Donde los diferentes sucesos temporales están articulados en base a un inicio, nudo y desenlace. Lo que viene siendo lo más habitual.
Fotograma de la película «La soga» (1948)
El tiempo fílmico
Posterior a eso, e independientemente del tiempo escogido, existen diferentes concepciones de tiempo fílmicos. Ya catalogados por
Michael Rabiger en su libro
«Dirección Cinematográfica: Técnica y Estética» Ed. Omega (2009), en función de las necesidades del autor o de la propia narrativa. Es entonces cuando podemos hablar de un
tiempo comprimido en un intento del montador por acentuar el alcance de algo, acortar la narración o aportar una ironía.
Jean-Luc Godard planteaba un extraordinario modelo de comprensión del tiempo fílmico en su película
«Al final de la escapada» (1960). Más allá de la innovación y el uso de técnicas de experimentación que fue referente para cineastas posteriores.
En el lado opuesto se establece el
tiempo expandido, donde éste se expande tratando de contener el ritmo de la imagen y en el que el uso de la cámara lenta, como ya vimos en
«Matrix» (1999) y sus secuelas que usan el movimiento espacial congelado hasta la saciedad, suele ser el recurso habitual, aunque no el único, más hoy donde las coordenadas clásicas del plano han sido rebasados con la nueva tecnología digital.
Pero existe también un
tiempo no lineal, que no se atiene a estructuras clásicas narrativas y cuyas diferentes subcategorías nada tienen que ver con una linealidad cronológica. Ejemplos de este tipo son las historias que parten del
futuro hacia el presente. El uso de
saltos temporales como el
flash forward insertando sucesos futuros en el presente. Los
flash back que tanto hemos visto o las
elipsis . Pero, también aquí, podemos incorporar otros tiempos, sin duda curiosos: el
tiempo condicional relacionado directamente con una perspectiva subjetiva del protagonista. El
tiempo fragmentado, aquel con facilita la composición fílmica de forma salteada con mayor o menor coherencia. ¿Y qué decir de la
repetición temporal?, esa narración en bucle constante, referente de la progresión no lineal. Donde un protagonista como Phil el personaje de
Bill Murray trata de recuperar su noción temporal real en
«Atrapado en el tiempo» (1993) de
Harold Ramis. O la creación de un
tiempo paralelo en el que se alternan escenas de tiempos diferentes, e independientes cronológicamente hablando, favoreciendo una particular asociación de ideas en el espectador.
Fotograma de la película «Atrapado en el tiempo» (1993)
Dicho todo esto, ¿quién sigue teniendo dudas sobre el tiempo fílmico y el uso del tiempo en una película?. Si aún no lo tienes claro no te preocupes, lo importante es que la película cumpla su cometido: contarte una historia y que te dejes llevar. Lo demás se lo dejamos a los teóricos. Mientras, seguiremos pensando que la vida sería formidable si hubiese un mando donde poder manejar el ritmo en el que nos pasan las cosas como en
«Click« (2006) de
Frank Corazi. Un botón que nos permitiese desplazarnos a ese primer beso con nuestro primer amor que recordamos como extraordinario pero los saltos temporales, la ralentización de los instantes maravillosos y la aceleración de aquellos más espinosos, de momento, son sólo cosa de esto del cine aunque…. todo se andará y puede que hasta se
des-ande.
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